Desde las experiencias por las que han transitado países como Bolivia, Ecuador o Venezuela han surgido a lo largo de estos años algunas preguntas: ¿Qué significa el vivir bien en los diferentes contextos? ¿Cómo queremos relacionarnos con el sistema mundo y las divisiones de trabajo Norte-Sur? ¿De qué manera queremos vivir, y qué modelo económico sirve para lograrlo? ¿Con qué imaginarios hegemónicos tenemos que romper?
Con el propósito de debatir posibles respuestas, a inicios de 2011 se conformó en la región andina el Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo, coordinado por la oficina regional de la Fundación Rosa Luxemburg. El Grupo de trabajo aglutina a mujeres y hombres de ocho países de América Latina y Europa, aunque centra sus debates en Ecuador, Bolivia y Venezuela. Es decir, en países que a través de sus Asambleas Constituyentes se propusieron impulsar cambios; pero que sin embargo en la elaboración e implementación de políticas públicas han caído en la llamada ‘paradoja latinoamericana’: gobiernos progresistas de América Latina, que se han proyectado como revolucionarios, pero que avalan y promueven al extractivismo como sustento de sus políticas sociales, con efectos sociales y ambientales negativos.
Este grupo de trabajo constituye un esfuerzo para practicar una ecología de saberes a partir de la confluencia de experiencias diversas: militancia en varios terrenos de la sociedad civil, trabajo en las instituciones del Estado, experiencias de pueblos indígenas que han subsistido al margen del sistema capitalista y las de intelectuales dedicados al pensamiento crítico. Busca articular la producción de varias corrientes de pensamiento −ecologista, feminista, economista anticapitalista, socialista, indígena, y occidental subalterno– ya que nuestra visión de cambio social implica superar tanto la opresión de clase, como la de género y la étnica, y construir nuevas relaciones con la Naturaleza.
Los debates del Grupo se edifican sobre un acuerdo base: el horizonte de transformaciones y las estrategias políticas deben ir más allá de los límites de alternativas propuestas dentro del concepto hegemónico de desarrollo. En este sentido, el nombre del grupo, alternativas al desarrollo, marca una posición política frente este concepto.
Simbólicamente, el desarrollo está ligado a una promesa de bienestar, de felicidad, de calidad de vida. Sin embargo, consideramos que el desarrollo nos ata irremediablemente a un imaginario determinado, occidental, capitalista y colonial que pretende que los excluidos sigan un camino, definido con anterioridad por el Norte, para lograr su inclusión en el modo de vida hegemónico. El desarrollo, siguiendo la teoría de Michel Foucault y el análisis de Arturo Escobar[1], es un dispositivo de poder que reorganizó el mundo a partir de 1945, relegitimando la división internacional del trabajo en el contexto capitalista. El desarrollo nos suscribe además a un instrumentario tecnocrático, cuantitativista y economicista, que ha permeado las políticas públicas en el mundo entero, y a unas prácticas depredadoras de la naturaleza; también ha perpetuado la desvalorización de los múltiples modos de vida, relacionamientos sociales y saberes existentes en el Sur. La mayoría de actores de las izquierdas latinoamericanas, tanto partidos como movimientos sociales, durante las primeras décadas del siglo pasado, enfocaron sus críticas al imperialismo y al capitalismo aceptando tácitamente que el concepto de desarrollo marcaría el rumbo hacia el progreso de los pueblos. Posteriormente esto cambió: desde los años 70 se formularon importantes críticas al concepto de desarrollo, y en los últimos años, con el debate sobre el vivir bien, emerge un horizonte de pensamiento por fuera de este dispositivo.
Paralelamente a estos cuestionamientos teóricos y académicos, han existido una serie de resistencias locales al imaginario desarrollista, que han configurado prácticas alternativas: planes de vida, redes agroecológicas de producción y comercialización, redes de trueque, formas alternativas de organización barrial en las ciudades, etc. Estas experiencias constituyen una base importante para cualquier proyección de transición concreta, y algunas son representadas en el grupo.
Así, el Grupo Permanente de Trabajo busca afinar la mirada hacia la construcción de alternativas, tomando como horizonte utópico el concepto del buen vivir o vivir bien en su acepción de crítica al desarrollo, que nos colocaría en la construcción de otros horizontes civilizatorios que apuntan a romper el cerco de la racionalidad moderna desde proyectos políticos de descolonización y despatriarcalización.
[1] 1 Michel Foucault (2006) y Arturo Escobar (2007)