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En los últimos meses, la crisis sanitaria de la Covid-19 ha develado descarnadamente la compleja y difícil situación en la que se encuentra Bolivia. A medida que las curvas de la pandemia han comenzado a empinar su tendencia y adquirir una velocidad inusitada, el sentido común del país parece coincidir en algo: vivimos los tiempos del “sálvese quien pueda”. En este contexto, todo queda expuesto con extraordinaria claridad, desde la dependencia económica del país, hasta las mentiras de los políticos. Pero, por el carácter de esta crisis, lo que directamente ha impactado en la conciencia de la realidad colectiva es que no solo el sistema de salud nacional está colapsando en términos de su capacidad de atención, sino que este ha demostrado que prácticamente no tiene capacidad de respuesta frente a una situación de esta naturaleza.
En este país llega a pasar que, aunque los hospitales tengan camas vacías, la gente se muere afuera de ellos, sin atención alguna. Los titulares sobre personas que deambulan de hospital en hospital (privados y públicos) en busca de atención —y que han muerto en el camino— se van acumulando1 . La gente se enfrenta a la pandemia y a las cuarentenas sin recursos ni información, los hospitales no tienen insumos, lxs médicxs no cuentan con capacitación ni indumentaria de bioseguridad, y no hay un plan para afrontar la pandemia. Si algo tenemos claro la mayoría de habitantes de este país, es que la incertidumbre y el miedo que rodean a esta pandemia y a los largos confinamientos deberán enfrentarse con estrategias personales, familiares, barriales y/o comunitarias. Es poco lo que se puede esperar del Estado, que en los últimos años casi no ha priorizado en nada la salud, y que en estos días gestiona la crisis de manera improvisada, violenta e irresponsable.
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* Huáscar Salazar es economista, trabaja temas relacionados con la producción de lo común.
** Mónica Rocha es psicóloga social comunitaria, investigadora en formación y activista feminista.